lunes, 1 de septiembre de 2008

Sociedad elitista

Es casi impensable que las personas disfruten del silencio. En la actualidad existen tantos artificios para distraerse, hablar y, en fin, no dejar espacios para que el silencio sea una opción de deleite, que al enfrentarnos a alguien que se encuentra en búsqueda de ese estado, solo pensamos y repensamos en los ruidos que se generan dentro y fuera de aquel ser.

Hay una clase de jazz que mantiene estable la variación de volumen y al final o en la declinación de la canción busca terminar con un pico que puede resultar molestoso o despierta la atención de quién está escuchando: el silencio se mantiene al margen de la sociedad elitista del ruido.

Recordé, también, que en la composición de la música existe el silencio como concepto y es ardua tarea interpretarlo. Recuerdo perfectamente a la eminencia Salgado dictándome clases de solfeo en el conservatorio; me ví por un instante dibujando pentagramas en los que habían tantos silencios como negras en el famoso compás 3/4 que le fascinaba. Decía que los silencios permiten retomar el rumbo sin dejar que pase demasiado tiempo y tener que hacer un recall de las posiciones pasadas para situarse en el punto en el que queremos continuar la melodía. Me quedo con la consigna de que es difícil interpretar el silencio: tanto para el escritor y el músico cuánto para el público en general...de vez en cuando van a aplaudir en el intermedio, o se quedarán absortos con el alma inconclusa -arma tan infalible como las primeras partes de las sagas-, y sólo algunos querremos ser capaces de otear el advenimiento de una nota que acaricie los sentidos.

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